A continuación vamos a repasar cómo funciona la mente. Lo que vas a leer está extraído de mi libro "Escuela para ser madres y padres conscientes", de la semana 3 de trabajo "La conciencia de lo que pienso".


Lo que ocurre en tu vida

En nuestra vida ocurren dos tipos de eventos:

  • Los externos: son las situaciones que ocurren fuera de ti. Por ejemplo: vas a comprar, hablas con tu madre, discutes con tu amiga, te encuentras un billete, pierdes un trabajo,…
  • Los internos: son las cosas que ocurren dentro de ti, como son tus pensamientos, tus sensaciones, tus sentimientos.


Muchos de los eventos no los puedes controlar, o porque no dependen de ti, o porque son automáticos. Algunos no se pueden evitar ni elegir; estarán presentes en nuestra vida, tanto los que nos gustan como los que no.


Los eventos internos van a ser lo que vamos a entender por “MENTE”: tus pensamientos, sensaciones, emociones, sentimientos.


Vamos a ver ahora qué características tiene la mente:


  • La mente tiene una función adaptativa en nuestra vida: nos ayuda a identificar los peligros que hay a nuestro alrededor para poder evitarlos y sobrevivir. Su principal función, por tanto, es orientarte al peligro, hacia aquello ante lo que tienes que tener cuidado. Así pues, su naturaleza es negativa, está más orientada a evitar el malestar que a buscar la felicidad y se va a fijar más en lo negativo que en lo positivo. Si esto no fuera así nos habríamos extinguido hace muchísimo tiempo, ya que no habríamos sido precavidos a la hora de probar una fruta nueva, no habríamos tenido cuidado de tapar la cueva para no congelarnos, ni cuidar el paso en una zona donde podía haber animales salvajes. La mente, por tanto, trata de buscar las posibilidades de que las cosas salgan mal, para que tengas cuidado.


  • La mente se basa en esquemas que se forman desde que somos pequeños, en base a lo que absorbemos de nuestra familia y de nuestras vivencias. Son aprendidos, pero conforman las creencias que tenemos acerca de cómo funciona el mundo, los demás y uno mismo/a. Estos esquemas, por tanto, son personales, no universales, sin embargo, son muy sólidos e inflexibles, y rara vez se cuestionan. Es como si fueran un dogma de verdad absoluta, y por tanto no creemos posible que cambien.

Cuando nos equivocamos ante algo que considerábamos como una verdad absoluta, o vivimos una realidad que no se basa en estos esquemas, nos sentimos muy mal y cuesta aceptarlo. Por ejemplo, imagina alguien que entre sus esquemas está el que, para ser una familia, debe haber un padre, una madre y varios hijos (de dos para arriba). Si su vida le lleva por un camino que no se asemeja a esto tendrá muchas probabilidades de no aceptar su situación, luchar con ella, y sentirse infeliz: si no consigue tener una pareja estable, si es homosexual, si no puede tener hijos, si es madre soltera, etc. Puedes ver que ese esquema sería sólo suyo, porque otra persona no lo compartiría.

Ejemplos de esquemas hay miles: cómo debe ser el trabajo, cómo debe ser tu casa, cómo debe ser una pareja, cómo es la amistad, cómo deben resolverse los problemas, cómo se debe actuar ante una infidelidad, etc.

Estos esquemas son como programas que se instalan desde que somos pequeños y que se han creado basándose en nuestras experiencias y lo que hemos visto a nuestro alrededor.


  • La mente tiende a satisfacer las necesidades y deseos del corto plazo, incluso cuando a medio o largo plazo la consecuencia de realizar lo contrario sea mejor.

Un ejemplo es cuando me dejo llevar por el pensamiento “qué pereza ponerme a hacer ejercicio ahora” y entonces no lo hago, aunque sé que dentro de tres meses me arrepentiré cuando llegue el verano. Me dejo llevar por el deseo de no hacer nada ahora, en vez de por el beneficio posterior.

En el caso de los niños esta característica de la mente es completamente así, ya que ellos tienen aún el cerebro muy inmaduro, y en concreto el lóbulo frontal, que es el que controla la inhibición. La inhibición es una función ejecutiva que empieza a desarrollarse con la madurez de esta zona cerebral, alrededor de los 4 o 5 años.

Esta capacidad es la que nos permite demorar, inhibir ciertos estímulos que no son relevantes/útiles en el momento, o hacer lo contrario de lo que desearías basándote en las consecuencias que obtienes. Es la función que hace que solo te comas un trocito de chocolate y no media tableta, o que no te lo comas hasta que llegue el fin de semana. Es la que hace que puedas leer, a pesar de tener un taladro funcionando en la casa del vecino. Es la que hace que no tengas una aventura, a pesar de desearlo, porque te puede destrozar la familia.

Sin embargo, como te he dicho, la tendencia de la mente es dejarse llevar por las necesidades y deseos del corto plazo. Para no hacerlo debes hacer un ejercicio de reflexión consciente, que muchas veces es difícil.


  • No se puede pretender no pensar en algo de forma voluntaria. Por eso, intentar no pensar en algo es absurdo; ya el hecho de que te propongas no pensarlo lleva implícito el pensarlo. Si te digo que cierres los ojos y trates de no pensar en un mono bailando, ¿qué crees que ocurrirá?


  • Tampoco es posible dejar la mente en blanco o vacía de forma voluntaria (no pensar), ya que no funciona así. De hecho es como una radio que emite las 24 horas al día. Le cuesta parar, especialmente cuando algo no le cuadra o recibe una información incompleta, cobrando una intensidad elevada sin parar de darle vueltas a la cabeza (entra en modo “lavadora centrifugadora”).


  • No se puede pensar en dos cosas a la vez de forma intensa. Por eso, cuando alguna preocupación nos absorbe, es tan difícil concentrarnos en otra tarea o en otro pensamiento.


  • Sin embargo, podemos pensar o sentir cosas completamente contradictorias, y no pasa nada, es humano. Por ejemplo: puedes sentir tristeza y alegría ante una situación, o pereza e ilusión, o asco y deseo. Puedes estar de acuerdo incluso con dos ideas que parecen opuestas.


  • La mente es atemporal. Aunque tenemos la capacidad de viajar con el pensamiento al pasado e imaginar el futuro, en realidad no distingue pasado, presente y futuro. Todo lo vive en presente, que es el único momento que entiende que existe. Entonces, cuando te traes un recuerdo del pasado o te montas una película del futuro, las emociones que surgen las vives como si estuvieran aquí hoy en tu vida.


  • Está programada para ahorrar energía. Tira de lo aprendido, ya que requiere menos esfuerzo, aunque el efecto sea negativo. Por eso prefiere “lo conocido” antes que lo que nos llevará a ser más felices. Este es uno de los motivos por los que acabamos repitiendo patrones, aunque no nos gusten; nos dejamos llevar por ellos, porque romper esos patrones y generar comportamientos nuevos requieren más energía.


  • Se guía más por el mundo interno que por el externo. El mundo interior recoge nuestras vivencias, nuestros impactos emocionales, nuestro diálogo interno. Por este motivo se le da tanta credibilidad, y a menudo obvia la realidad objetiva para creerse la subjetiva.


  • Todos los pensamientos tienen una función “buena” en ti, aunque su forma no sea la adecuada. Te advierten de un problema o de un posible peligro, te dicen que mejores en ciertos aspectos (por eso te compara con los demás), te recuerda los errores o malos momentos del pasado ante alguna situación parecida para que no te pase lo mismo, hacen que te sumerjas en duelos irreales para prepararte ante posibles pérdidas…

Son como ese amigo o esa madre que quieren darte un buen consejo, o darte un toque para que espabiles, pero la forma de decírtelo no es la más adecuada. Incluso cuando te critican duramente o te insultan, lo que pretenden es que reacciones de alguna forma para evitar caer en algo, evitar repetir alguna situación, recordarte que no lo hagas más, etc.


  • Hay diferentes tipos de pensamientos: prácticos, absurdos, positivos, catastróficos, recuerdos del pasado, películas del futuro… Algunos nos hacen gracia, otros nos facilitan la vida, otros nos gustan y otros nos hacen sufrir. Pero ninguno es “malo”. El valor de todos es el mismo: son un conjunto de palabras e imágenes que pasan por tu cabeza, que van cambiando de forma, muchas veces de manera aleatoria o muy tangencial. Es como si una mancha de café tomara un aspecto diabólico y dijeras que es peligrosa. No, simplemente ha adquirido esa forma, pero la mancha tiene la misma cualidad que otra que parece un osito. Tus pensamientos también tienen todos la misma cualidad, solo que a veces adquieren formas que te pueden resultar el mismo diablo.


  • Por eso, haga lo que haga tu mente, está bien. Sólo tienes que ser consciente de lo que hace cuando te sientes mal y no apegarte a ello, porque TÚ NO ERES TU MENTE. Tú eres quien contiene tu mente. Si miraras al cielo y te dijera que éste son las nubes dirías que no es así. O que una piscina es el agua. El cielo contiene nubes pero también estrellas, planetas, asteroides, etc. La piscina tiene agua pero también puede contener hojas, bichos, pelotas o personas. ¿A que no dirías que la piscina son los bichos que contiene? Entonces tú no eres tus pensamientos, ni tus sentimientos, ni tus sensaciones… Cuando tienes el pensamiento “soy una inútil”, apegarte a él como si fuera la realidad es un error. Pensarlo no lo hace real. Sólo se ha producido en tu mente. Y te repito, tú no eres tu mente.

Cuando te apegas a tus pensamientos y a tus emociones, extrapolas el “he pensado que…” a “por lo tanto soy…”. Por ejemplo, de un “pienso que he traicionado a mi amigo en esta situación” a “soy una traidora”. Y lo malo es que te lo crees.


  • Tenemos entre 65.000 y 90.000 pensamientos diarios, de los cuales sólo entre un 5 y un 10% son conscientes. El resto son tan rápidos que nos pasan desapercibidos. Todos tenemos el mismo nivel de pensamientos. La diferencia entre una persona que dice “calentarse mucho la cabeza” y el Dalai Lama es que éste no se apega emocionalmente a sus pensamientos, mientras que la otra persona sí lo hace, los escucha demasiado, se los cree y se deja enredar por ellos. Así, la persona que dice calentarse la cabeza tiene la sensación de pesadez, de estar todo el día pensando. La persona que no se apega al pensamiento vive su mente como más ligera, y no sufre tanto por ella.


  • Los pensamientos generan emociones, pero los estados emocionales también generan pensamientos acordes con esos estados. Se retroalimentan. Por ejemplo, un pensamiento de “no valgo para nada” te puede generar tristeza, pero el día que, por lo que sea, estás muy triste, también vas a generar más pensamientos tristes derivados de este estado. Esto es importante saberlo para que ese día que estás así te des cuenta de ello, y no des crédito a tus pensamientos.


  • Los pensamientos van a un ritmo fugaz, vertiginoso; pero la emoción tiene un ritmo distinto, mucho más lento. La emoción conlleva una serie de cambios químicos (neurotransmisores y hormonas), y cuando se generan tiene que pasar un tiempo hasta que esa química cambia por otra diferente. Por eso, a veces no sabes ni lo que has pensado, pero te sientes mal, y tardarás un rato en sentirte de otra forma.


  • Todas las emociones se explican mediante una curva en forma de campana de Gauss (forma de ola). Suben y bajan como olas y no se mantienen mucho tiempo en el punto máximo. Sin embargo, cuando cuesta que esa emoción baje, y se mantiene alta más tiempo, es porque la alimentamos con más pensamientos acordes a esa emoción. Por eso es importante tener paciencia, sabiendo que, igual que ha subido, la emoción bajará, y cuidar lo que piensas para no añadir más leña al fuego de modo que baje antes.
  • Muchos pensamientos que nos generan malestar están sesgados, distorsionados, ya que se basan en tus esquemas mentales, en tus creencias, en tus vivencias, etc. Esto es subjetivo, a menudo alejado de la realidad. A este tipo de pensamientos se les llama DISTORSIONES COGNITIVAS O TRAMPAS MENTALES. Me refiero a: leer la mente, adivinar el futuro, catastrofizar, sobregeneralizar, etc. Las veremos un poco más adelante.


  • Cuando tienes un pensamiento y te genera una emoción y te apegas a ello, tu comportamiento será congruente con tu pensamiento y tu emoción, haciéndote “esclavo/a” de tu mente. Te vas a comportar en función de ellos. Pero si, muy a menudo, tus pensamientos están distorsionados, pertenecen al pasado o te hacen creer una película del futuro, estarás actuando “sin sentido” en base a una irrealidad. Te desvían del momento presente y ajustado a la realidad. Te verás así:


Este caballo está atado a una silla de plástico. Asume que no puede moverse porque alguien se lo dijo cuando era pequeño. Para ilustrar esto me encanta contar el cuento del elefante encadenado de Jorge Bucay, y que puedes leer en el anexo semana 3.1. al final del capítulo.

A menudo verás la realidad distorsionada, creyéndote que algo inofensivo, como un pensamiento o una emoción, se vuelve amenazador como un tigre.

  • Todas las emociones tienen una función adaptativa. Dejan de serlo cuando las alimentamos con pensamientos distorsionados y exacerbamos su intensidad y su duración.

La tristeza es adaptativa ante un duelo. Un duelo es cualquier pérdida que sufrimos, ya sea la muerte de alguien, la pelea con un amigo, el despido en un trabajo, la pérdida de poder adquisitivo, etc. Te permite recogerte en tu intimidad, buscar apoyo emocional y adaptarte a la nueva situación. Pero llevada al extremo la tristeza se cronifica, y puede convertirse en un duelo patológico o en una depresión.

La preocupación también es adaptativa cuando sirve para prever lo que podemos hacer en una situación que nos importa. Deja de serlo cuando nos preocupamos por cosas que escapan de nuestro control o por cosas por las que es inútil o absurdo preocuparse.

El enfado también es adaptativo, ya que permite defenderte ante una injusticia o lo que te molesta. Deja de serlo si ese enfado justifica tu ira y te provoca enfrentamientos agresivos con los que te rodean.

El enfado con uno mismo te recuerda que no quieres caer en el mismo error, y aprendes de esa situación. Pero no es sano cuando se convierte en la culpa que es arrastrada durante mucho tiempo.

Podría poner ejemplos de todas las emociones, pero creo que ya has podido entender bien la idea. Además, hablaremos más despacio de las emociones la semana siguiente.


Las trampas mentales

A menudo distorsionamos la realidad en nuestra mente mediante lo que llamamos distorsiones o trampas mentales/cognitivas (lo cognitivo hace referencia al pensamiento). Es importante analizar el pensamiento cuando te sientas mal para ver si lo estás distorsionando y puedes generar otro más ajustado a la realidad. Puesto que la gestión emocional es más lenta, tendrás que tener paciencia para que pase la ola emocional que se ha generado, manteniendo el discurso racional en mente.


La otra tarde saqué a pasear a mi perrito Wicket, como cada día. Estaba suelto porque lo dejo sin correa en la calle sin salida que hay detrás de mi casa. En ese momento vino un coche que quería dar la vuelta en la calle y Wicket no acudió a mi llamada. Le tuve que hacer el gesto de que parara al conductor del coche para acercarme al perro y poder cogerlo en brazos, ya que el perro es pequeño y podía no verlo y atropellarlo. Mi mente ante esto actuó genial: me advirtió del peligro para generar miedo y que éste me movilizara para actuar. Después de esto me di cuenta de cómo mi mente estaba haciendo de las suyas. Se había empezado a poner en la situación de que el coche lo hubiera pillado, con una elaborada película mental compuesta de imágenes catastróficas que casi me causaron incluso el llanto por la tristeza. Cuando me di cuenta (algo tarde), pude cortar esa película, viendo claramente la trampa mental del catastrofismo. Y aunque pude centrarme en el momento presente (en mi perrito feliz de nuevo correteando, en el día maravilloso que hacía y en mi respiración), mi emoción ya estaba ahí y no podía esfumarse a la velocidad que yo hubiera querido. Sabiendo esto pude ser paciente, centrándome en otros pensamientos, en lo que me rodeaba, hasta que la emoción bajó por sí sola al cabo del rato.


Esa paciencia me permite decirme: “Sé que ahora estoy así porque he pensado… que es una trampa mental de… Sólo tengo que tener paciencia y esperar a que baje. Ahora me permito centrarme en… (el presente), sabiendo que esta emoción pasará”.


Aprender a observar los pensamientos es fundamental para ver cómo a menudo éstos son los que hacen sabotaje a nuestro esfuerzo de elaborar una descripción objetiva. ¿Recuerdas el ejemplo de tu amiga que “no te quiso saludar por la calle”? Recuerda que lo que provocó en tu mente un enfado con tu amiga no fue lo que pasó, sino la interpretación tuya de lo que pasó, es decir, tu pensamiento.

Trampas del pensamiento más frecuentes

La trampa de la persistencia. Consiste en el empeño en terminar las cosas, aunque no te aporten nada, no te gusten o sean una pérdida de tiempo. Querer terminar de leer un libro que no disfrutas. Tener que dejarte toda la casa recogida antes de irte, aunque llegues tarde… Cuando te des cuenta de esta trampa podrás elegir si sigues con ella o, literalmente, “pasar” de ella.


La trampa del exceso: Es la que te lleva a acumular o atesorar objetos, bienes, conocimientos, títulos,… (nunca te parece que lo que tienes sea suficiente). Llevado al extremo, esta trampa puede llevar a una adicción. Conozco a una mujer que reconoce que compra una cantidad excesiva de ropa a su hija pequeña; dice tener ropa como para vestir a cuatro niños, y aun así, cada vez que ve una oferta o algo que le gusta para la niña, lo compra.


La trampa de la fijación: Hace que te obsesiones con un objetivo, una persona, un hecho, de modo que hace que descuides otros aspectos. Por ejemplo, estás de viaje en un camping y hace mucho calor. No paras de repetir que hace calor y sólo te fijas en que hace calor. Otro ejemplo, vas a un viaje organizado en el que te encuentras a una persona que te cae fatal. En todo el viaje estás fijándote en esa persona, cambia tu ánimo porque está esa persona, actúas en función de dónde está o lo que hace esa persona.


La trampa de «debería haber hecho»: Son las obligaciones que te impones en forma de “tengo que”, “debo de”, cerrando la posibilidad de tener otras alternativas y generando mucha frustración, presión, estrés y hasta ansiedad. Por ejemplo, “tengo que salir de esta depresión cuanto antes”, “debo de estar pendiente de todo para que no se me pase detalle”. Esta trampa implica mucha rigidez mental y lo que se pretende con la actitud mindful o consciente es justamente lo contrario, ser flexibles: no debes ni tienes, sino que “te gustaría” en la mayoría de las ocasiones. Puedes darte tu tiempo, el que necesites, y abrirte a que hay nuevas posibilidades.


La trampa de la procrastinación: Consiste en dejarte llevar por el sentimiento de pereza, dejar para mañana lo que podrías hacer hoy. Yo desde hace unos años practico lo de hacer cuanto antes aquello que más pereza me dé pero que sé que lo tengo que hacer. En esas situaciones no me permito ni cuestionarme si me apetece o no hacerlo. Lo hago y punto. Y cuanto antes me lo quite de encima, mejor. La sensación de alivio posterior compensa con creces, y la autoeficacia y orgullo influyen en la autoestima.


La trampa de la multitarea: Hacer varias cosas a la vez para “aprovechar el tiempo”. Esta es muy típica hoy en día. Somos personas “orquesta”, y no nos permitimos disfrutar de lo que estamos haciendo en el momento, una cosa cada vez, porque de la otra forma creemos ser más eficientes. No te digo que a veces no sea así. Esta forma de vivir puede hacernos más eficientes. Pero vivir así por sistema, incluso en momentos personales de disfrute, conlleva un estrés elevado. Yo tengo un amigo que es incapaz de ver una película sin estar con el auricular del móvil en el oído y mandando mensajes a la vez. De qué disfruta realmente, no lo sé…


La trampa de la actividad: Esta trampa te lleva a estar siempre ocupado, haciendo algo “útil”. No te permite relajarte o tener ocio. Esta trampa también es muy de hoy en día. Conozco muchas personas que dicen no poder hacer relajación o meditación, por ejemplo, porque se ponen nerviosas, porque no pueden estar paradas. Incluso he conocido pacientes que decían no poder estar sentadas viendo una película, porque les da sensación de estar perdiendo el tiempo. Hace unos días una mujer jubilada me decía que no era capaz de leer un libro a media mañana porque sentía que tenía que hacer cosas útiles, se sentía vaga. Permitirse “estar” de verdad en cada momento es un regalo precioso que nos hacemos, incluso el no hacer “nada”, como cuando meditamos, sigue siendo un regalo para tu alma.


La trampa de la prisa: Consiste en tener la sensación frecuente de prisa, llegar tarde, querer hacer las cosas “ya” y exigírselo a los demás. Esta es muy mía. Mi padre era así. A día de hoy tengo que hacer el esfuerzo consciente por frenarme, porque a veces me veo metiendo prisa, cuando en realidad no la hay y me doy cuenta de que me estreso y me pongo de mal humor, lo que termina por estresar a mi marido y a mis hijos.


La trampa de la seguridad: Consiste en tener la necesidad de estar seguro de todo en tu vida. Ante una toma de decisiones existe un miedo excesivo a equivocarte; este miedo genera indecisión, te puede llevar a consultar a los demás en exceso, bloquearte, eternizando la decisión sin ser capaz de hacerlo, porque quieres tener la seguridad de que lo que decides es lo correcto. Y hay una mala noticia: nada es seguro (o casi nada). Cuando tomas una decisión siempre hay riesgos. La buena noticia es que en el momento que decides, pones todas las variables en la mesa y optas por la decisión que crees más acertada teniendo en cuenta todo eso. Según esto, a priori, nada de lo que decidas puede ser un error. Claro, a toro pasado es muy fácil ver si erramos, pero eso sería muy poco compasivo y un juicio injusto, ¿no crees?


La trampa de la perfección: Lo que se hace tiene que estar perfecto. La tendencia al autoperfeccionamiento es una tendencia humana universal, como decían María y Mario Montessori. Es una necesidad noble. Sin embargo deja de serlo convirtiéndose en una trampa cuando nos hace inoperativos. A menudo nos boquea, de modo que no somos capaces de terminar algo, porque nunca lo vemos perfecto. Puede hacer que perdamos mucho tiempo buscando esa perfección, inviertiéndolo en detalles. Y casi siempre, hagamos lo que hagamos, hace que nos critiquemos a nosotros mismos. Lo que en principio era una necesidad muy noble y maravillosa, deja de serlo. Uno de mis maestros en la vida, Abel Aubone, me enseño un concepto que acogí como un gran aprendizaje y es el concepto de AMI, o Acción Masiva Imperfecta. Esto consiste en hacer las cosas de forma masiva, lo más rápido posible, a modo de volcar ideas sin detenerte demasiado. Una vez lo acabas podrás repasar para mejorarlo, pero como partimos de que nunca va a estar perfecto, lo darás por concluido en un tiempo razonable. Mejor hecho que perfecto. Gracias a AMI, fui capaz de lanzar mi primer curso virtual y mi escuela online, que a día de hoy me han dado muchas alegrías profesionales. Gracias a este concepto también he escrito este libro.


La trampa del catastrofismo: Consiste en exagerar las consecuencias de lo que temo. Por ejemplo, “si me quedo en blanco, jamás podré volver a hablar de nuevo con ella”, “si salgo a la calle me moriré de ansiedad, no lo soportaré”, “me moriría si me dejara”. Estas son las también llamadas TERRIBILITIS. La realidad rara vez es tan catastrófica, de hecho, cuando te pones a analizar despacio estas ideas, incluso las llegas a ver absurdas. Detrás de emociones muy intensas, a menudo, suele haber algún pensamiento catastrofista.


La trampa de adivinar el futuro: Esta trampa es de las más frecuentes y consiste en adelantarse a lo que puede pasar en el futuro. Por ejemplo, “seguro que en septiembre tampoco apruebo el examen”, “si voy a la acampada el fin de semana seguro que lo voy a pasar mal”, etc. Esta trampa puede influir en los acontecimientos, ya que pueden modificar el comportamiento en relación a esa situación, y esto aumenta la probabilidad de que realmente se acabe cumpliendo. Esto es lo que se llama una profecía autocumplida. Por ejemplo, si creo que no voy a aprobar haga lo que haga voy a esforzarme poco, lo voy a ir procrastinando y al final casi seguro que por esta actitud no aprobaré, pero no porque lo haya adivinado, sino porque mi conducta me ha llevado a ello.


La trampa de la necesidad: Esta trampa te lleva a creer que serías más feliz si consiguieras tal o cual cosa. “Necesito estar más delgada”, “necesito una casa más grande”, “necesito una pareja”… Esta es una trampa que nos lleva a la eterna insatisfacción, ya que cuando consigo lo que creía necesitar, me doy cuenta de que aún me falta otra cosa y otra y otra… “Creo que sería mucho más feliz si adelgazara”. De hecho, hasta que no adelgace no me permito ser feliz, porque mi necesidad es lo que me daría esa felicidad absoluta. Pero adelgazo y entonces me doy cuenta de que sale otra necesidad. Ahora es unos lunares que tengo en la cara. Necesito quitármelos porque en todas las fotos me los veo demasiado y me hace que no me sienta guapa. Y luego será… cualquier otra. De esta forma restamos valor a lo que sí tenemos porque nos enfocamos en lo que no tenemos.


La trampa de la inmediatez: Lo que quiero lo quiero rápido. Comida rápida, dietas exprés, aprendizajes rápidos, dinero rápido y fácil… Esto es enemigo del cultivo de la paciencia, que es tan fundamental en la vida, porque sabemos que hay procesos que son lentos. Y en algunos casos es maravilloso que sean lentos, pero cuando nos dejamos llevar por esta trampa tampoco los disfrutamos. Por ejemplo, oigo a algunos padres decir que quieren que pase esta etapa de su hijo rápidamente. Y con este pensamiento no están disfrutando de verdad a su hijo, el día de hoy, creyendo que lo que venga mañana será mejor.


La trampa del cansancio: Consiste en utilizar el cansancio como forma recurrente de excusa en la vida. Discuto porque estoy cansada, me aíslo ya que no salgo por cansancio, no hago lo que tengo que hacer porque estoy cansado… Esta es una de las favoritas hoy en día. Sirve para casi cualquier situación como excusa. Pero no es una excusa consciente, ya que la persona la cree de verdad y se deja arrastrar, así que vive cansada.


La trampa de la hiperresponsabilidad: Esta trampa te lleva a acaparar situaciones de responsabilidad, a veces sin necesidad, sin corresponderte. Hablo de la necesidad de ser responsable llegando a la ansiedad. Si hay un problema entre mis hermanos siento la responsabilidad de mediar para arreglarlo, y si no lo hago me siento responsable de que la situación siga mal, porque podría haber hecho algo. Si hay una discusión en el trabajo trato de conciliar para que no ocurra. Si mi pareja está mal de ánimo me siento responsable de que mejore. Si mis hijos tienen problemas escolares me siento responsable y creo que no estoy haciendo lo suficiente y que podría hacer más.


La trampa de la injusticia: Es un pensamiento de inmadurez que se basa en atribuir a acontecimientos aleatorios el juicio de justo o injusto. No es justo tener tan mala suerte con el amor. No es justo que a ti te toque la lotería y a mi no, porque no te hace ninguna falta. No es justo que mi hermana enferme, con lo que se ha esforzado en hacer las cosas bien en su vida… Esta trampa genera un profundo sentimiento de tristeza y enfado con el mundo, con dios, con la vida… así como de impotencia ante la falta de respuestas. ¡Por esta regla de tres, las cosas malas sólo le pasarían a los malos!


La trampa de la lectura del pensamiento: Consiste en tratar de adivinar lo que están pensando los demás. Por ejemplo, “seguro que piensa de mí que soy rara”, “seguro que lo que quiere que haga es esto”, etc. Esta es una en la que más solemos caer todos. Es imposible estar en la cabeza de nadie, así que es mejor no pensar lo que puede estar pensando el otro, porque hay muchas probabilidades de equivocarse.


La trampa de etiquetar: Atribuir un calificativo por la ocurrencia de algún hecho. Por ejemplo, “soy un fracasado”, “soy un desastre”, “es un mentiroso”. Es extraer conclusiones sobre tu persona o sobre alguien en base a una conducta. Imagina que en una reunión con tu jefe te quedas en blanco ante una pregunta que te hace. Conclusión: “Soy un imbécil”. Tu amiga decide en el último momento cambiar los planes y decirte que no va contigo a un viaje. Conclusión: “Es una egoísta”. A menudo, esto lleva a juicios prematuros sobre los demás y a juicios sobre tu persona que te machacan.


La trampa del filtro selectivo: Seleccionar de la realidad tan sólo aquellos detalles negativos que confirman lo que tenemos en mente, ignorando el resto. Por ejemplo, “la gente dice que es una mujer estupenda pero yo no hago más que encontrarle fallos”. Esta es una trampa también de rigidez mental.


La trampa de la baja tolerancia a la frustración (malestar): Frustrarse enseguida ante demandas mínimas del entorno, ante errores pequeños o cosas que no salen como esperabas. La tolerancia a la frustración es algo que hay que entrenar desde que somos niños, ya que estamos expuestos a ella frecuentemente. Permitir que los niños se frustren es fundamental en la educación, no hay que empeñarse en protegerlos de ella, porque llegar a adultos sin tener esa tolerancia es muy desadaptativo.


La trampa de la comparación: Maximización (de lo malo mío y lo bueno de los demás) o minimización (de lo bueno mío y lo malo de los demás). Por ejemplo, “yo soy normalita, pero ella sí que es guapa y tiene el cuerpo bonito”.


La trampa del razonamiento emocional: Consiste en utilizar un sentimiento o pensamiento como prueba de realidad. Por ejemplo, “siento que soy el fracaso de mi matrimonio porque no soy todo lo comunicativo de debiera ser”, luego “creo de verdad que mi matrimonio fracasa por mi culpa”. Otro ejemplo, “como siento que no valgo para nada, quiere decir que de verdad no valgo para nada”. Es decir, es la trampa que hace que como lo sientes así, crees que es así.


La trampa de la sobregeneralización: Basándote en solo un dato, o unos pocos, extraes conclusiones a nivel general. Por ejemplo, “he tenido dos experiencias negativas con los hombres, por tanto no voy a encontrar un hombre adecuado para mí en la vida”.


La trampa de la personalización/despersonalización: La personalización consiste en atribuir la causa de lo malo a uno mismo, exclusivamente. Por ejemplo, “sería más feliz si no estuviera conmigo”, “lo pasamos mal porque les amargué la noche”. O al contrario, la despersonalización trata de atribuir la causa de lo malo a los demás, exclusivamente. Por ejemplo, “si mi marido fuera de otra forma seguro que yo no estaría tan quisquillosa”, “si hubiera buenos profesores en la facultad me habría ido mejor en los exámenes”.


La trampa del control: Querer controlar no sólo lo que depende de ti, sino también lo que no está en tu círculo de control. Esto te lleva a comportamientos que te generan problemas con los demás, ya que tratas de controlarlos, así como un sufrimiento escesivo ante situaciones que no dependen de ti.


Pensamiento polarizado (“Todo o nada”, “siempre o nunca”, “nadie o todo el mundo”): Es un pensamiento extremista que implica una generalización exagerada. Por ejemplo, “siempre me tiene que pasar a mí”, “siempre tengo mala suerte”, “todo me sale mal”, “todo el mundo piensa que soy tonta”, “nadie me aguanta”.


La trampa del miedo: Bloqueo o evitación frecuente por miedo a enfrentarte a situaciones en las que puedes entrar en contacto con estímulos temidos. Aunque parece razonable, lo malo es cuando evitamos o sentimos ansiedad ante situaciones que en realidad no son peligrosas, y entonces el miedo nos esclaviza. Por ejemplo: “me da pánico presentarme a este puesto”, “no puedo pensar en el parto”, “si sale sola a la calle no puedo soportar la intranquilidad”.


Al dejarte llevar por el pensamiento distorsionado se produce una emoción negativa que hará que tomes decisiones poco acertadas, ya que actuarás en base a esos pensamientos.

Si tu pensamiento al ver que tu hijo no te ha hecho caso cuando le has pedido que ponga la mesa es “este niño nunca hace caso (pensamiento polarizado), es que últimamente está por fastidiarme (lectura de pensamiento). Desde luego, como siga así me veo llamando a la Súper Nanny (catastrofismo). Yo ya no sé cómo decirle las cosas, soy un desastre como madre (etiqueta)”. Tus emociones serán rabia, preocupación, tristeza e impotencia. Si no eres consciente de esto puedes dejarte llevar por esos pensamientos y decidir gritarle, decirle que es un desobediente y amenazarle con que como no ponga la mesa ya, esta tarde se queda sin tablet.


¿Podría haber una explicación diferente de la realidad en esta situación? ¿Pensar de otra forma más realista llevaría a sentimientos diferentes? ¿Se podría haber optado por otra forma de reaccionar?

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